Después de un par de años, las cosas por fin se acomodaron donde tenían que estar.


Hoy Pipo, Chipote y yo volvimos a encontrarnos, y con eso todo volvió a sentirse en su sitio.



Pipo es mi primer perrito.
Su papá se llama Pietro y su mamá, Cindy. Desciende de un xoloitzcuintle y tiene algo de Pastor Mix (?). Es muy inteligente, tranquilo y noble. Tiene la piel sensible y una curiosa alergia al pollo. A veces parece vivir en su propio mundo: suspira cuando no hace nada, se queda quieto por largos ratos y, si entrara un ratero a la casa, probablemente lo guiaría hasta donde está el dinero. Así de manso (y menso) es.



Chipote llegó un 31 de octubre de 2018. Tenía tres meses y venía en una cajita con una cobijita. Es mezcla de ratonero con pug —según nosotros—, y siempre la hemos considerado nuestro amuleto de buena suerte. Es desobediente, tontísima y expresiva; cuando era cachorra se orinaba de nervios si la regañábamos. Desde que llegó, las cosas empezaron a salir bien.



Durante un tiempo no estuvimos juntos, y aunque fue difícil, el cariño nunca se movió de su lugar.


Hoy puedo decir que todo se resolvió de la manera en que debió hacerse desde el principio: entre los involucrados, con respeto, con amor.



El bien, al final, termina poniéndose del lado correcto.
Y lo que importa es el presente: volver a cuidarlos, y escucharlos suspirar como si le debieran a Coppel y trabajarán 18 horas al día.



Aunque ya no vivamos todos bajo el mismo techo, seguimos siendo el mismo hogar que formamos alguna vez.


Solo que ahora ese hogar tiene dos casas, el doble de camas, el doble de cariño y, de alguna manera, el doble de amor.

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Soy Lucy

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